RIDE INTO BIRDLAND tiene el honor de presentar este reportaje en tres entregas acerca de la vida y obra de Joann Andrews, Fundadora y Presidente Honorífica de la organización conservacionista Pronatura Península de Yucatán. Mi grabadora estuvo encendida mientras entrevisté a Joann en el fresco y amplio estudio de su casa en Mérida, sentados cómodamente en dos sofás de piel y rodeados de estantes que albergan una completa biblioteca sobre Yucatán. Su voz y sus narraciones resultaron cautivadoras, su estado de ánimo generoso al recordar y compartir los eventos de una vida tan interesante que no dudo en calificarla de cinematográfica. Entérese en esta primera parte cómo comenzó todo con ocho tarjetas navideñas y una misiva enviada por un prominente arqueólogo, y cómo Joann descubrió un fascinante mundo de orquídeas entre las antiguas ruinas Mayas de la Península de Yucatán.
Primera Parte
La emoción de descubrir
Corre el año 1968 y la jungla lo cubre todo a excepción de la pequeña pista de aterrizaje. El avión parece un insecto mecánico brillante mientras desciende sin titubear, adentrándose en la exuberante Península de Yucatán. Joann Andrews hace caso omiso al sonido de la hélice, mira por la ventana y absorbe el paisaje. Ella y su esposo, el arqueólogo Dr. E. Wyllys Andrews II, están a punto de aterrizar cerca del pequeño poblado de Xpujil, en Campeche. Han pasado siete días desde su anterior visita al lugar, cuando Bill solicitó a Juan Briceño, patriarca de una familia Maya local, reclutar trabajadores requeridos con urgencia para despejar la densa vegetación que oculta a la antigua ciudad Maya de Becán. La respuesta de Briceño fue un confiado “no hay problema” pero ahora, a medida que el avión se acerca a la irregular superficie de aterrizaje, Joann se pregunta si a la mañana siguiente los hombres estarán realmente allí.
Pocas horas más tarde la bóveda celeste exhibe millones de estrellas sobre el sencillo alojamiento donde Joann y Bill duermen. Joann está muy lejos de casa casa para una nativa de Virginia, pero los viajes a lugares remotos no son nuevos para ella. Tras graduarse en 1951 en Ciencias Políticas en Barnard College (prestigiosa Universidad para mujeres afiliada a Columbia University), obtuvo un Master en Economía en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad John Hopkins, e inició su carrera profesional trabajando para el Servicio Exterior de los Estados Unidos con asignaciones en el Congo Belga, Senegal y Cameroon. Tuvo tiempo suficiente para enamorarse del paisaje africano antes de ser llamada de vuelta a Washington, a donde llegó en el frío mes de Noviembre, “…después de haber sido un animal tan tropical”, como ella misma lo recuerda ahora.
El destino, sin embargo, escondía algunas cartas bajo la manga. En 1955, mientras estaba en el Congo Belga, Joann conoció a Bill Andrews, quien había viajado por tierra hasta Kenya para visitar al Dr. Louis Leaky (un eminente arqueólogo y naturalista británico reconocido por su trabajo sobre el desarrollo evolutivo humano en Africa). Ese primer encuentro entre Joann y Bill no habría de ser el último: intercambiaron tarjetas navideñas durante los ocho años siguientes, y finalmente Bill le envió una invitación para visitarle en Mérida, Yucatán. Egresado de Harvard y doce años mayor que ella, Bill había estado desenterrando los secretos de la cultura Maya por más de dos décadas. Joann aceptó su invitación y en 1963 viajó a México por primera vez, donde Bill Andrews la esperaba. Con una sonrisa Joann recuerda que no pasó mucho tiempo antes de que decidiera que Bill era “totalmente encantador”. Se casaron el siguiente mes de Marzo, en 1964.
Así que allí estaba ella ahora, en el lejano Campeche una semana después de que Bill solicitase trabajadores en Xpujil, despertando temprano junto a él para descubrir con alivio que Juan Briceño era ciertamente un hombre de palabra. Afuera, bañados por la primera luz del día, casi cien hombres estaban de pie, en fila. “Nunca en tu vida has visto a un grupo de hombres tan desaliñados”, me dice Joann. “Yo diría que veinte por ciento de ellos tenía Leishmaniasis, la oreja de chiclero, algunos de ellos con medias narices y orejas mutiladas. El mismo Briceño era chiclero también. El chicle se cosecha en la estación lluviosa, de modo que para recolectarlo los hombres tienen que atravesar ríos de lluvia durante el verano. Luego, en el invierno, tienen muy poco que hacer. Resultaron ser trabajadores fantásticos, los chicleros. Ellos son los maestros de la selva, lo saben todo”.
Trabajadores, por cosa del destino, con una misión doble. A medida que Joann exploraba Campeche junto a Bill, manejando la logística para el equipo de arqueólogos, un nuevo mundo estaba a punto de presentarse ante sus ojos. Mientras los hombres limpiaban la maleza de las dos torres en Becán, Joann escaló sobre la estructura y quedó impactada con lo que vio: “En la Estructura 1 con las dos torres encontramos dieciséis tipos diferentes de orquídeas, ocho en un lado, ocho distintas en el otro lado”, recuerda. “El viento había traído las pequeñas semillas a zonas diferentes. Pensar que en un solo edificio se pudiese encontrar tal cambio en la vegetación. Bajé algunas, e inmediatamente los chicleros se me acercaron para preguntar qué uso medicinal tenían. Les dije que aún no estábamos seguros, pero yo sabía que ellos estarían más interesados si pensaban que podrían tener algún tipo de uso medicinal. Les dije, esto es lo que quiero, orquídeas. Y ellos dijeron, Ahhhh!!, y comenzaron a traerme bromelias también. Me tomó apenas dos explicaciones para hacerles ver la diferencia. Yo era la persona más afortunada del mundo, tenía trabajadores que sabían todo sobre el bosque, tenían los ojos y la experiencia, los chicleros. Ellos traían las orquídeas, ¡y yo solo tenía que identificarlas!”.
Joann lo hace parecer fácil, pero identificar las orquídeas no era tarea sencilla. Solo puede hacerse cuando las plantas están en flor, lo cual succede para la mayor de las especies de Yucatán entre Diciembre y Marzo. Esto coincidía bien con el plan de trabajo de los arqueólogos, el cual continuaba hasta el final de Junio, cuando comienza la estación lluviosa. Joann aprovechó al máximo su tiempo trabajando duro y recolectando, identificando y clasificando orquídeas. También tuvo la bendición de contar con la ayuda de Eric Hágsater, dueño de una firma farmacéutica y reconocido como el más prominente experto en las orquídeas de México. “El ha hecho estudios magníficos sobre las Epidendrums de México, es simplemente brillante, es fotógrafo, dibuja, lo hace todo”, dice Joann. Hágsater ayudó a identificar algunos de los especímenes más difíciles y también habría de ser de gran ayuda para presentar los hallazgos de Joann ante la “Asociación Mexicana de Orquideología” (AMO), cuyos miembros estaban destinados a llevarse una gran sorpresa: la Península de Yucatán, muy al contrario de la opinión generalizada entre los orquideólogos, resultaría ser territorio de orquídeas, especialmente en un tipo de hábitat particularmente hostil conocido con el nombre de akalche. “Estas son áreas pantanosas que se inundan en la estación lluviosa debido a sus suelos impermeables de arcilla”, explica Joann. “Alojan pequeños árboles espinosos, la mayoría de ellos no mayores de tres metros, pero casi todos con una corteza áspera. Al polen de las orquídeas le encanta insertarse en una corteza atractiva en la que pueda crecer”.
Este nuevo mundo de orquídeas no se encontraba “arriba en las montañas, alto en los árboles, en lugares donde hay humedad permanente y viento, en Colombia o Venezuela, donde es necesario subir a un árbol y esperar allí por horas, quizás días, para observar al polinizador de esa especie de orquídea”, dice Joann. En lugar de esto, Joann descubrió que los akalches aportan un ecosistema único en el cual las orquídeas pueden prosperar, con una ventaja adicional desde la perspectiva humana: crecen en árboles pequeños, lo cual las hace fácilmente accesibles. “Nadie había pasado suficiente tiempo trabajando aquí”, explica. Para ingresar a los akalches Joann utilizó los senderos despejados por los Mayas contemporáneos, “pequeños caminos que usan para obtener madera para el fuego; sin esos caminos sería virtualmente imposible entrar, incluso con dos ayudantes. No hay nada de viento, hace mucho calor, hay cantidades increíbles de mosquitos, incluso en la época de sequía pueden ser muy pantanoso, o el suelo puede estar negro y fracturado, y todos esos pequeños árboles… Y allí, increíble pero cierto, ¡montones de orquídeas!”.
Tan inesperada abundancia de orquídeas en lugares como ésos no solo sorprendió a Joann: los reportes iniciales de su hallazgo despertaron escepticismo entre los miembros de la AMO. “Ellos dijeron, de ninguna manera, no vas a encontrar orquídeas en un lugar así”. Una vez más penetró en los akalches, esta vez en compañía de su hijo David y de Efraím Gutiérrez, quien sería más adelante su co-autor en la primera lista e historia de las orquídeas de la Península. Juntos emergieron con las imágenes que Joann necesitaba para probar su descubrimiento. “Eric Hagsáter me dijo, Joann, tienes que venir y mostrarle al mundo de las orquídeas que existe otro lugar donde las orquídeas crecen”, recuerda. Después de presentar diapositivas como prueba irrefutable durante la convención de la AMO en Morelia, “quedaron boquiabiertos al ver que habíamos encontrado orquídeas allí”.
La belleza de las orquídeas es fácil de apreciar, pero algo las hacía especialmente atractivas para Joann, lo suficiente como para soportar condiciones tan incómodas de trabajo. “Yo creo que tiene que ver con el hecho de que son epífitas, crecen en los árboles”, explica. “La mayoría de los bosques no tienen muchas plantas que florecen, en verdad las bromelias y las orquídeas son de las pocas. Observas un árbol grande y ves esta bella planta que lanza sus flores en todas direcciones, en el medio del bosque profundo. Además se trataba realmente de un mundo desconocido cuando yo comencé”. Las plantas epífidas, por definición, crecen en los árboles pero no los dañan como hacen las plantas parásitas, y esto hace a las epífidas más amables a los ojos humanos.
El trabajo acumulado de Joann ha inscrito casi cincuenta especies en el catálogo de orquídeas de la Península de Yucatán, pero eso no la detiene a la hora de concebir proyectos aún por realizarse relacionados con las orquídeas. “Siempre he querido encontrar un entomólogo que esté dispuesto a trabajar en el akalche sobre el tema de la polinización. Las orquídeas mantienen la identidad de su especie al valerse de un solo polinizador, que específicamente va a una especie cuando está en flor, no visita a ninguna otra especie. ¿Cuál es ese insecto, o colibrí o lo que sea, que la poliniza? En nuestro caso se trata mayoritariamente de distintos tipos de abejas y avispas, pero apenas conocemos un cincuenta por ciento a lo sumo, y en el caso de algunas de las orquídeas miniaturas que tenemos aquí, ni siquiera sabemos tanto”. Localizar y atrapar a los polinizadores, especialmente los insectos, es mucho más fácil si las orquídeas están al nivel de nuestros ojos, como sucede en los akalches.
En cuanto a la causa de tal abundancia de orquídeas en ese ecosistema, Joann ha propuesto una teoría: “Yo creo que los antiguos Mayas utilizaban estas áreas pantanosas, los akalches, únicamente para obtener madera para el fuego. Hay ciertos tipos de árboles que tienen ramas que emergen directamente desde el suelo; los Mayas cortan cuatro o cinco de esas ramas, pero dejan el resto para que pueda volver a crecer”. Joann razona que los antiguos Mayas fueron siempre muy cuidadosos al utilizar esa fuente de madera para el fuego, y nunca quemaron esas áreas para sembrar maíz. Además se trata de zonas pantanosas que no se prestan para la agricultura. En consecuencia, las orquídeas fueron capaces de desarrollarse en un ambiente prácticamente virgen durante miles de años. Los akalches nunca fueron afectados por el sistema de la milpa.
Las orquídeas fueron tocadas, en años más recientes y con terribles consecuencias, por las manos de traficantes de orquídeas inescrupulosos o ignorantes. “Desde los años 70 hasta los 90 vino mucha gente, particularmente de los Estados Unidos, y extrajeron muchas orquídeas. Algunas de las orquídeas que uno ve en los árboles tienen de 30 a 50 años de edad. Toma mucho tiempo, cinco años antes de que florezcan por primera vez. Puedes imaginarte, los traficantes de orquídeas se llevaban todas las plantas. Muchas fueron vendidas ilegalmente”. La mayoría de las especies de orquídeas de la Península no son particularmente atractivas para la realización de arreglos florales domésticos, pero algunas especies, como la gran Rhyncholaelia digbyana con sus excepcionales cualidades para la hibridización, captaron la atención del mercado. Incluso hoy en día, con las orquídeas inscritas en listas de especies protegidas, el mercado ilegal aún existe y la amenaza de depredación humana y extinción permanece en el horizonte.
Desde tiempos de los antiguos mayas el proceso de conquista humana ha estado activo siempre en alguna parte de la Península. Mucho antes del desarrollo de Cancún en los 70s y de la subsiguiente expansión de la Riviera Maya, una bandera roja de advertencia se hizo visible en la mente de Joann cuando trabajaba con su esposo en Becán y Chicaná y pudo observar la construcción de la carretera transpeninsular desde Escárcega a Chetumal. “La carretera no estaba pavimentada, y durante la estación lluviosa a menudo era intransitable”, recuerda Joann. “Vimos cantidad de personas llegando a la zona, colonos originarios principalmente del norte de México y apoyados por el gobierno. No tenían idea de lo que era el sistema de la milpa, ni siquiera entendían las estaciones seca y lluviosa. La mayoría de esa gente eventualmente se marchó, pero llegaron a destruir muchas áreas boscosas mientras estuvieron aquí”. Más tarde Joann fue también testigo del desarrollo de Cancún. “El área del aeropuerto era uno de los lugares más ricos en orquídeas en la Península, y toda esa área desapareció, una trágica pérdida de hábitat”.
“Comencé a interesarme mucho en lo que podíamos hacer para salvar lo que queda de esta maravillosa Península, y fue así como me involucré con Pronatura”, dice. “No sólo el Yucatán, sino la Península completa, porque se trata de una sola formación geológica”. Una vez más pudo contar con la valiosa ayuda de su amigo de las orquídeas, Eric Hagsáter, quien era líder en Pronatura México. El amor de Joann por el bosque se transformó en una fuerza que daría forma a las siguientes décadas de su vida, creando progresivamente una organización que tocaría a muchas personas y que demostraría ser capaz de obtener recursos, trabajar con el gobierno y las comunidades locales, y tomar acciones reales para la conservación de la Península de Yucatán.
La decisión de permanecer en México tuvo que tomarla por cuenta propia. Después de ocho años de feliz y productivo matrimonio, su esposo Bill le había sido arrebatado prematuramente por el cáncer. Joann tendría que fijar la ruta para ella y sus seis niños, cuatro del primer matrimonio de Bill y dos que habían tenido juntos, “todos niños maravillosos”. El sentido común pudo haberla inducido a regresar al Norte. “Decidí que la vida aquí sería mucho más agradable que llevarlos de vuelta a los Estados Unidos”, recuerda.
Y así, en buen momento para la Península de Yucatán, Joann Andrews decidió quedarse.
I.G.H.
(…continuará)
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