Arquitectura colonial y la mejor Cochinita Pibil de Valladolid
En el patio interno del hotel Tunich-Beh, en compañía de una gran ceiba, nos servimos un desayuno a base de tostadas con mantequilla y mermelada, frutas, cereal, jugos y café. Conversando con la propietaria del hotel nos enteramos que esta vieja casona convertida en posada es en realidad un edificio de reciente construcción, diseñado en estilo colonial para no romper con la arquitectura de las otras construcciones sobre la Calzada de Los Frailes, calle emblemáticas de la Valladolid colonial.
Salimos a caminar hacia el zócalo con miras a la Catedral y la idea de proseguir luego hacia el Convento en el vecindario Sisal. En pocos minutos estamos admirando la fachada de la Iglesia de San Gervasio, orientada hacia el lado sur del zócalo y construida en piedra de tal color y textura que por momentos parece hecha de turrón. Una pequeña placa en el muro exterior nos informa que fue construída en 1545 bajo la tutela del Padre Francisco Hernández, para ser demolida siglo y medio más tarde en 1705 y reconstruída al año siguiente. El motivo de tan inusitado ejercicio de demolición y reconstrucción fue un oscuro episodio histórico conocido como “El Crimen de los Alcaldes”. En el año 1703, por motivos políticos y personales, fueron asesinados en el interior de la Catedral los señores Fernando Hipólito de Osorno y Gabriel de Covarrubias. Considerando que el altar había sido profanado por el horrendo crimen, el Obispo Don Pedro de los Reyes Ríos ordenó la demolición parcial de la iglesia, incluído el altar. La iglesia original estaba orientada hacia el poniente, como era usual en Yucatán, pero su su orientación fue cambiada al reconstruírla para evitar que el altar quedara en la misma posición en la que había sido profanado.
Al cruzar al zócalo no puedo evitar notar el Escudo de Armas de Valladolid sobre los bancos de hierro al centro de la plaza, tiene como figura protagónica a un Gavilán Blanco. Su descripción completa, según Wikipedia: “En campo de oro, gavilán blanco de pie, Bordura de gules (rojo) con seis castillos de oro (tres en cada costado), y en la punta, el símbolo maya numérico del cero en oro. Como ornamento exterior, dos ramas cruzadas, una de algodón y la otra de Xtabentún con su flores, y la divisa: «Ciudad Heroica» en letras rojas sobre un fondo o listón de pergamino.”
Las viejas casonas alrededor del zócalo albergan hoteles, comercios y restaurantes. Son todas dignas de ver, con sus techos altos, ventanas enrejadas y enormes portones. Entramos a la Casa Parroquial, tiene aires de museo así que caminamos en silencio. Una empleada solitaria escribe a máquina, no en computadora. En uno de los corredores un órgano Hammond decididamente vintage me obliga a preguntarme: ¿Funciona todavía?
De vuelta en la calle caminamos hacia el barrio de Sisal, donde está ubicado el Convento San Bernardino de Siena. Ro hace fotos a fachadas y puertas y yo me detengo a fotografiar una casa de la que solo queda el cascarón decorado por hierbas y enredaderas.
En el barrio de Sisal parece haberse detenido el tiempo, disfrutamos duscubriendo sus calles, casas y negocios hasta que llegamos al Convento y nos detenemos a ver su fachada frontal. Fundado en 1552, fue la primera sede de la Orden Franciscana en la ciudad de Valladolid, a cargo de la misión de catequización forzada de los pobladores originarios de Yucatán. También en este convento Fray Bernardino de Valladolid inició una de las primeras obras científicas mexicanas, el «Catálogo Botánico», con nombres en latín y castellano, dibujos y explicación sobre las virtudes curativas, los usos domésticos e industriales de cada planta. También estuvo aquí preso el famoso pirata Lorencillos (Fuentes: Diario de Yucatán y CONACULTA).
Nuestra visita al convento dura poco: un celador nos informa que es la hora del cierre y debemos salir. Una última mirada hacia las alturas de la fachada del patio trasero descubre numerosos zopilotes planean sobre la zona, dibujados en negro sobre el cielo y recordándome quiénes son los verdaderos protagonistas de este viaje.
Sabemos que debemos emprender el último trecho del viaje a casa, por lo que caminamos de vuelta al Hotel. Me dedico a preparar el equipaje mientras Ro pregunta a la señora Lupita dónde podemos conseguir una buena cochinita pibil, lejos de los restaurantes con «menús turísticos». El dato que nos proporciona vale oro: a pocas cuadras, donde hacen esquina las calles 46 y 39, se instala todos los mediodías un carrito ambulante que vende la mejor cochinita de la ciudad. «Pídanla maciza«, indica la señora Lupita, «para que les den buenos pedazos sin tanto jugo. A una cuadra de allí compras las tortillas y se la comen aquí». Ro sale en misión gastronómica y regresa pronto con el mandado completo. Nos sentamos en el corredor interno del hotel y comemos con gusto. La señora Lupita no se ha equivocado: coincidimos en que es la mejor cochinita que hemos probado hasta ahora. Un verdadero platillo de calidad a un costo total de 50 pesos (!), tortillas incluídas.
Así energizados emprendemos el regreso a casa. Nos vamos por la vía de Cobá y llegamos en buen tiempo a Tulum, para seguir rodando desde allí ya en terreno familiar. El viaje ha llegado a su fin pero sabemos que en verdad, en virtud de los lugares y personas que hemos conocido, es apenas el punto de partida de próximas travesías.
I.G.H.