Doscientos kilómetros “por la cuota” hacia una pernocta no planeada en Valladolid
Despertamos en Ecoparaíso XiXim con el murmullo de las olas del Golfo de México. La ducha tiene paredes de vidrio que dan a un pequeño jardín interno y desde allí nos hacen compañía un par de orioles mientras tomamos un baño caliente. Ya en el desayuno compartimos el restaurant con las únicas otras dos parejas hospedadas en el hotel. Los ventanales panorámicos nos permiten ver orioles, cenzontles y colibríes en plena actividad. Me levanto varias veces de la mesa para observarlos mejor desde el balcón.
El clima no mejora y la navegación para ver flamencos continúa detenida, así que decidimos emprender el regreso a la Riviera Maya. Lo tomamos con tanta calma que llega el final de la mañana antes de que encendamos el motor de la F650 y salgamos hacia Celestún con la misión de llenar el tanque de combustible. Perdemos algo más de tiempo al tomar un cruce equivocado en la carretera de tierra, confundidos por la señalización. Llegamos al pueblo y damos muchas vueltas hasta encontrar la gasolinera, lo que nos ofrece una mirada superficial al lugar. No le encontramos mayor encanto, nos parece sucio y descuidado y la caleta donde amarran los botes luce especialmente triste en un día sin actividad como hoy.
Finalmente encontramos la PEMEX y mientras cargamos combustible pregunto al joven empleado: “Amigo, ¿cómo salimos de aquí?” La respuesta es seca y no intenta ser chistosa o amigable: “Pues como vino”. Asumo su mismo tono para espetarle: “Caramba, eso sí es de gran ayuda. Tendría que dar todas las mismas vueltas que dí para llegar aquí”. Repito la pregunta y no le queda más remedio que darnos algunas indicaciones. Me hace pensar en nuestro paso fugaz por Hunucmá y en la notable amabilidad que percibimos en la gente de allí. Totalmente diferente la energía que percibimos ahora, aunque sería imprudente emitir veredicto sobre el lugar tras una visita tan superficial.
Nuestro día promete muchos kilómetros sobre la moto. Pasamos de largo Mérida y seguimos hacia Valladolid, esta vez por la vía denominada “Cuota” (140 pesos de peaje). La carretera está impecable, dos canales en cada sentido flanqueados por densa vegetación y un camellón ancho al medio. Escasamente vemos dos o tres vehículos en todo el trayecto por lo que avanzamos a buen ritmo. Sin embargo, hay un problema: no hay una sola estación de servicio en los doscientos kilómetros de ruta. La F650 no tiene indicador de nivel de combustible, el cuentakilómetros pasa de los 150 y sé que estamos usando la reserva. La noche se anuncia mientras seguimos rodando, confiando en la buena suerte. Finalmente llegamos al final de la vía y allí está la ansiada PEMEX. Al llenar el tanque constatamos que nos quedaba menos de un litro de combustible.
En esta época del año anochece poco después de las 5:00 p.m., por lo que ya no llegaremos con luz de día a la Riviera Maya y decidimos pasar la noche en Valladolid. Ya en la ciudad damos vueltas en el centro histórico en busca de hospedaje. En la posada Casa Quetzal tienen todos los cuartos ocupados pera amablemente nos orientan hacia el hotel Tunich-Beh en la Calzada de Los Frailes y al llegar vemos dos motocicletas estacionadas bajo techo en el corredor frontal, lo cual por supuesto es un buen augurio. Nos atienden la Sra. Lupita Sanchez y su hijo Rafel, quien me indica que puedo estacionar la moto bajo techo, junto a las otras dos. Rafael es dueño de una de las motocicletas, una Honda Magna 750 de hace más de dos décadas que luce impecable salvo por las viejas llantas que reclaman cambio a gritos. Me explica que la compró por EBay en menos de quinientos dólares, le fue enviada desde EEUU parcialmente desarmada en cajas como estuvo guardada durante años. Ya reconstruída luce como nueva, pero Rafael aún no se anima a sacarla a la carretera. Hablamos un rato sobre motociclismo, me comenta que días atrás patinó en una esquina y tuvo una caída. Aprovecho para decirle que no me extraña, dado el estado de sus cauchos. Lo animo a que compre cauchos nuevos, ropa protectora, un buen casco y se anime a salir a la carretera.
Después de un baño salimos de noche a caminar por el centro histórico. Buscamos algo de comer sin pretensión gastronómica alguna, queremos alimentarnos y acostarnos a descansar. La globalización hace de las suyas y cumplimos nuestra misión en una franquicia internacional de sandwichs. De vuelta en el hotel caemos pronto en un profundo sueño.
I.G.H.